En medio del inminente aumento de la cuota mensual, de hasta un 20%, vuelve a escena el problema de la desactualización de las categorías cuyo efecto es engrosar la lista de contribuyentes que, expulsados por la inflación, quedan fuera del régimen. Expertos explican por qué no se cambian las escalas
El aumento de las cuotas del Monotributo, que el Gobierno daría a conocer próximamente, puso nuevamente de relieve los reclamos sobre la desactualización de las categorías del régimen que no han sido modificadas desde hace diez años. Por ese motivo, los pequeños contribuyentes saltan de categorías sólo a instancias de una facturación que encierra "utilidades ficticias", producto del aumento de precios, sin haber mejorado realmente su situación y quedando así excluidos.
El fin del Monotributo parece estar cada vez más cerca si se consideran una serie de factores que los especialistas no dudan en destacar. Entretanto, los pequeños contribuyentes persisten en sus reclamos sin obtener, hasta el momento, ninguna señal por parte del Gobierno que indique cambios en las categorías.
Puntos Importantes
•El inminente aumento de las cuotas de monotributo puso en relieve la desactualización de las categorías
•Los especialistas destacaron las principales dificultades que atraviesa el régimen simplificado
•En tanto, la inflación continúa impulsando a los contribuyentes a categorías superiores hasta expulsarlos del régimen
Con las escalas congeladas y una economía nacional que continúa su curso, los monotributistas afrontan un camino que, a largo plazo, los conducirá a tributar el Impuesto al Valor Agregado (IVA) y el Impuesto a las Ganancias de la misma forma en que lo hacen los demás trabajadores.
Cuál es el escenario a futuro y qué opinan los especialistas sobre el régimen son aspectos clave para poder comprender las próximas medidas.
Cómo interpretar las nuevas medidas
La situación de los monotributistas involucra varios ejes de análisis. En principio, se ven afectados al igual que el resto de los trabajadores por la suba sostenida de precios, pero con la particularidad de que la inflación real los obliga a modificar su situación frente al fisco nacional y saltar a una categoría más alta de las comprendidas por el régimen sin tener una mejora real de sus ingresos.
Por otra parte, el Gobierno no da ninguna señal orientada a la actualización de las categorías, pero decidió aumentar -según trascendió- las cuotas en un 10% en la parte impositiva y un 20% en la destinada a aportes de jubilación y salud.
En este sentido, especialistas consultados por iProfesional.com que prefirieron no revelar su identidad, advirtieron que:
•El principal problema del régimen simplificado es que corta la cadena de generación de créditos y débitos fiscales en el IVA.
•Por otra parte, los actuales límites de ingresos anuales de los prestadores de servicios y la eterna informalidad de quienes prestan servicios a consumidores finales, indican claramente que hoy en el Monotributo “están los que no debieran estar” y “no están los que debieran estar”.
•Además, la falta de control en el parámetro ingresos para permanecer en el régimen, hace que el Monotributo se constituya en un refugio para contribuyentes no tan pequeños. Esta situación le puede otorgar a algunos sujetos condiciones favorables de competencia frente a otros sujetos que, con la misma capacidad contributiva, han quedado fuera del régimen.
•De esta forma, “cuando el Monotributo se transforma en un escondite de contribuyentes no tan pequeños, esa situación genera competencia desleal entre monotributistas y responsables inscriptos en el IVA que, con similar capacidad contributiva, tienen distinto asesoramiento profesional y/o distinta percepción del riesgo fiscal”.
Con esas palabras, los expertos sintetizaron las principales dificultades que atraviesa el Monotributo y, por lo tanto, no sorprende que no se actualicen las categorías.
Sobre este último aspecto, desde el estudio Kaplan, Volman & Asociados, el tributarista César Halladjian, explicó que “el paso a una categoría más alta hoy en día muy posiblemente no implica una mayor capacidad contributiva, sino que es la consecuencia de los efectos de la inflación sobre un conjunto de parámetros que no han sido modificados en años”.
También advirtió que "la situación más grave es la del monotributista que está en la última categoría prevista por la ley, ya que al superarse el monto máximo estipulado por la norma legal, el contribuyente debe inscribirse en el régimen general, pudiendo verse afectada su situación tributaria por la mera reexpresión de valores nominales".
Haciendo un análisis de fondo sobre el problema, Enrique Scalone, vicepresidente I° de la International Fiscal Association (IFA) y titular del estudio que lleva su nombre, consideró “lo que podría discutirse es la razón de ser de la existencia misma de este régimen; es decir, que el mismo debería ser eliminado y suplantado por los impuestos generales que alcanzan a la población, lo que contribuiría a mejorar la eficiencia económica del sistema tributario actual”.
Efectos del aumento de las cuotas
Se espera que próximamente el gobierno nacional oficialice su decisión de incrementar las cuotas de los monotributistas mediante la publicación en el Boletín Oficial de una resolución.
Siendo así, a partir del próximo mes quedarían afectados cerca de un millón de cuentapropistas y alrededor de 200 mil empleadas domésticas.
Como resultado, el aporte de jubilación pasará de $35 a $42 mientras que la cuota de salud del titular crecerá de $37 a $44. En tanto, para el grupo familiar primario la cuota pasa de $31 a 37 pesos.
De esta forma, los pequeños contribuyentes que pertenecen a la categoría A –es decir que facturan hasta $12 mil anualmente- pasarán a pagar $122 en lugar de los actuales $105, lo que representa un aumento cercano al 16%, con los cambios que prevé el Gobierno.
La cuota del personal doméstico, también se verá incrementada. La misma, que se paga a mes vencido subirá a $86 (ya que deben sumarse $42 en concepto de jubilaciones y $44 de salud), lo que representa un incremento en lugar de los actuales $72 mensuales a los que corresponde $35 de jubilación y $37 de obra social.
Las mujeres han sido hechas para ser amadas, no para ser comprendidas.
Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.
Quino
1 dic 2008
Sueño Rural
El titular de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Biolcati, aseguró ayer que las palabras de la ministra de la Producción, Débora Giorgi, respaldando las retenciones a las exportaciones demuestran que ha sido “disciplinada desde el máximo poder”, y volvió a reclamar que la flamante funcionaria tenga “autonomía y poder suficiente para diseñar políticas que solucionen los problemas del sector”. Apenas se conoció la designación, el dirigente elogió el nombramiento, pues sabe que tiene mayores coincidencias con Giorgi que con el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, e incluso que con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, pedir que los ministros tengan autonomía para diseñar sus planes responde a una concepción tecnocrática ingenua, según la cual los funcionarios le deberían decir a la Presidenta lo que se debe hacer legitimados en un supuesto saber técnico desideologizado y no poner su conocimiento al servicio de ésta para tratar de cumplir las directivas que les formula.
Hace tiempo que Biolcati y sus colegas del campo viven esperando que Cristina Fernández de Kirchner delegue poder en ministros que supuestamente son más liberales que ella. Primero depositaron su esperanza en Martín Lousteau, luego en Alberto Fernández, después en Carlos Cheppi y ahora en Débora Giorgi, quien cuando se desempeñaba como ministra de la Producción de la provincia de Buenos Aires cuestionaba por lo bajo la intervención del gobierno nacional en el mercado de granos y carnes.
El sueño de los ruralistas es una secretaría de Agricultura, un Ministerio sería mejor aún, que responda a sus directivas y los represente ante el gobierno. No pueden conceptualizar la posibilidad de que sea al revés. Ven a sus campos como un enclave diferenciado del resto del país y reclaman soberanía para diseñar “sus” políticas. Cuando esa delegación de poder no se produce empiezan a hablar de “disciplinamiento”, como si fuera algo negativo, y piden “autonomía”, soñando con la independencia que les permita gobernar.
Por Fernando Krakowiak
Pagina/12-01/12/08
Hace tiempo que Biolcati y sus colegas del campo viven esperando que Cristina Fernández de Kirchner delegue poder en ministros que supuestamente son más liberales que ella. Primero depositaron su esperanza en Martín Lousteau, luego en Alberto Fernández, después en Carlos Cheppi y ahora en Débora Giorgi, quien cuando se desempeñaba como ministra de la Producción de la provincia de Buenos Aires cuestionaba por lo bajo la intervención del gobierno nacional en el mercado de granos y carnes.
El sueño de los ruralistas es una secretaría de Agricultura, un Ministerio sería mejor aún, que responda a sus directivas y los represente ante el gobierno. No pueden conceptualizar la posibilidad de que sea al revés. Ven a sus campos como un enclave diferenciado del resto del país y reclaman soberanía para diseñar “sus” políticas. Cuando esa delegación de poder no se produce empiezan a hablar de “disciplinamiento”, como si fuera algo negativo, y piden “autonomía”, soñando con la independencia que les permita gobernar.
Por Fernando Krakowiak
Pagina/12-01/12/08
Concepción subdesarrollada
El tema de los despidos y el desempleo, inexistente hace sólo tres meses, parece haberse instalado en la agenda empresaria. Recientemente la consultora de empleo Cristina Mejías declaraba en un medio financiero: “Se viene un tsunami de despidos”. Más allá de cuán interesada pueda ser la declaración, es evidente que empieza a crearse un clima de naturalización del despido y la suspensión, como si fuera la única respuesta razonable frente a un escenario que, por otra parte, hoy es más hipotético que real. El problema para la sociedad es que es un tipo de reacción primitiva, mezcla de pánico irracional, especulación cortoplacista y seguidismo intelectual a los medios apocalípticos, que puede terminar creando un efecto contractivo real en la economía nacional.
En 1991, el presidente Bush (padre) viajó a Japón acompañado por una comitiva de grandes empresarios automotores norteamericanos, preocupados por la agresiva competencia de las firmas niponas. En un ágape, un empresario japonés señaló una diferencia entre las prácticas empresariales norteamericanas y japonesas: “Cuando una empresa suya anda mal, lo primero que ustedes hacen es despedir trabajadores; cuando una empresa nuestra anda mal, al primero que despedimos es al gerente”. Es toda una concepción de la organización empresaria, y de cómo deberían enfrentarse los problemas de competitividad: cambiando el enfoque conceptual y eventualmente a su portador.
¿Por qué lo primero y único que hay que hacer es despedir trabajadores? ¿Por qué la principal medida que se le reclama al Gobierno es devaluar la moneda? Quizá la respuesta se encuentre en un discurso de Anders Sundström, ex ministro de Industria de Suecia: “En el debate político, nosotros (los suecos) estamos enfrentados a dos opciones. La primera opción está basada en desenvolverse hacia una economía basada en bajos salarios y una moneda devaluada. Simplemente, el trabajo es abaratado. La otra implica basar la producción en trabajadores altamente capacitados, desarrollo continuo de nuevas tecnologías, renovación de productos y alto valor agregado. El trabajo puede entonces ser mejor pagado gracias al mayor valor agregado. Estas son las opciones, no hay un tercer camino”. Es pertinente preguntarse sobre por cuál sendero de los mencionados por el funcionario sueco avanza la industria argentina, dado que parece reaccionar frente a un escenario más complejo recurriendo al expediente más degradante de la vida social: el desempleo. ¿No hay ninguna otra idea? ¿Qué destino tuvieron las notables ganancias manufactureras del último quinquenio? ¿No hubo inversión, mejoramiento técnico, aumento de la competitividad? Si la respuesta es no, cabe llegar a la conclusión de que nunca habrá en la Argentina condiciones “propicias” para que los empresarios inviertan en serio. Si la respuesta es sí, entonces recurrir al despido revela una concepción subdesarrollada de las relaciones laborales y de la forma de lograr competitividad (muy lejana de las visiones de japoneses y suecos, por supuesto).
Si el modelo empresarial argentino –al menos en sus relaciones laborales– es el norteamericano, conviene recordar que el gigante automotor General Motors, empresa emblemática de la industria norteamericana, está reclamando dramáticamente 10 mil millones de dólares a su gobierno para llegar a fin de año. Esa misma empresa es una de las que acompañó a Bush a Japón hace 17 años para obtener prebendas, aprovechando la presión “política” de su gobierno sobre los japoneses.
Desde 2002, los industriales gozaron de amplísimos beneficios cambiarios, bajos costos salariales en dólares, tarifas energéticas y de combustibles subsidiadas, protecciones en el comercio administrado con Brasil, etcétera. Cuando despuntó un modesto proceso de recomposición del empleo y el salario, la reacción empresaria generalizada fue la remarcación masiva de precios, la inflación, con lo cual degradaron el basamento de su competitividad externa, el tipo de cambio. A pesar de todos los beneficios recibidos en estos años, la representación empresaria industrial, la UIA, no se sintió motivada a defender el modelo en el que florecían sus representados, ni frente al embate de los propietarios rurales, ni frente al descontento de los financistas por el negocio perdido de las jubilaciones. Pareciera que la solidaridad antiestatal, de cuño neoliberal, es más importante para ciertos industriales que la defensa de su actividad específica. La falta de ideas, el conservadurismo y la ausencia de compromiso con el desarrollo económico y social volvieron a manifestarse ante la sombra de la crisis global. En 1986, el entonces presidente Alfonsín, consciente de que los recursos fiscales que antes impulsaban el desarrollo estaban ahora dedicados a pagar la deuda externa, acuñó la expresión “privatización del crecimiento” para graficar el traspaso simbólico del liderazgo económico hacia el sector privado; 22 años después, el liderazgo para el desarrollo, dadas las ideas y los comportamientos prevalecientes en el sector empresario privado, parece continuar vacante.
Por Ricardo Aronskind
Economista Universidad Nacional General Sarmiento.
Pag/12-01/12/08
En 1991, el presidente Bush (padre) viajó a Japón acompañado por una comitiva de grandes empresarios automotores norteamericanos, preocupados por la agresiva competencia de las firmas niponas. En un ágape, un empresario japonés señaló una diferencia entre las prácticas empresariales norteamericanas y japonesas: “Cuando una empresa suya anda mal, lo primero que ustedes hacen es despedir trabajadores; cuando una empresa nuestra anda mal, al primero que despedimos es al gerente”. Es toda una concepción de la organización empresaria, y de cómo deberían enfrentarse los problemas de competitividad: cambiando el enfoque conceptual y eventualmente a su portador.
¿Por qué lo primero y único que hay que hacer es despedir trabajadores? ¿Por qué la principal medida que se le reclama al Gobierno es devaluar la moneda? Quizá la respuesta se encuentre en un discurso de Anders Sundström, ex ministro de Industria de Suecia: “En el debate político, nosotros (los suecos) estamos enfrentados a dos opciones. La primera opción está basada en desenvolverse hacia una economía basada en bajos salarios y una moneda devaluada. Simplemente, el trabajo es abaratado. La otra implica basar la producción en trabajadores altamente capacitados, desarrollo continuo de nuevas tecnologías, renovación de productos y alto valor agregado. El trabajo puede entonces ser mejor pagado gracias al mayor valor agregado. Estas son las opciones, no hay un tercer camino”. Es pertinente preguntarse sobre por cuál sendero de los mencionados por el funcionario sueco avanza la industria argentina, dado que parece reaccionar frente a un escenario más complejo recurriendo al expediente más degradante de la vida social: el desempleo. ¿No hay ninguna otra idea? ¿Qué destino tuvieron las notables ganancias manufactureras del último quinquenio? ¿No hubo inversión, mejoramiento técnico, aumento de la competitividad? Si la respuesta es no, cabe llegar a la conclusión de que nunca habrá en la Argentina condiciones “propicias” para que los empresarios inviertan en serio. Si la respuesta es sí, entonces recurrir al despido revela una concepción subdesarrollada de las relaciones laborales y de la forma de lograr competitividad (muy lejana de las visiones de japoneses y suecos, por supuesto).
Si el modelo empresarial argentino –al menos en sus relaciones laborales– es el norteamericano, conviene recordar que el gigante automotor General Motors, empresa emblemática de la industria norteamericana, está reclamando dramáticamente 10 mil millones de dólares a su gobierno para llegar a fin de año. Esa misma empresa es una de las que acompañó a Bush a Japón hace 17 años para obtener prebendas, aprovechando la presión “política” de su gobierno sobre los japoneses.
Desde 2002, los industriales gozaron de amplísimos beneficios cambiarios, bajos costos salariales en dólares, tarifas energéticas y de combustibles subsidiadas, protecciones en el comercio administrado con Brasil, etcétera. Cuando despuntó un modesto proceso de recomposición del empleo y el salario, la reacción empresaria generalizada fue la remarcación masiva de precios, la inflación, con lo cual degradaron el basamento de su competitividad externa, el tipo de cambio. A pesar de todos los beneficios recibidos en estos años, la representación empresaria industrial, la UIA, no se sintió motivada a defender el modelo en el que florecían sus representados, ni frente al embate de los propietarios rurales, ni frente al descontento de los financistas por el negocio perdido de las jubilaciones. Pareciera que la solidaridad antiestatal, de cuño neoliberal, es más importante para ciertos industriales que la defensa de su actividad específica. La falta de ideas, el conservadurismo y la ausencia de compromiso con el desarrollo económico y social volvieron a manifestarse ante la sombra de la crisis global. En 1986, el entonces presidente Alfonsín, consciente de que los recursos fiscales que antes impulsaban el desarrollo estaban ahora dedicados a pagar la deuda externa, acuñó la expresión “privatización del crecimiento” para graficar el traspaso simbólico del liderazgo económico hacia el sector privado; 22 años después, el liderazgo para el desarrollo, dadas las ideas y los comportamientos prevalecientes en el sector empresario privado, parece continuar vacante.
Por Ricardo Aronskind
Economista Universidad Nacional General Sarmiento.
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