Ensayemos, telegráficamente:
1. El movimiento de la “derecha campestre” (incluyendo sus socios secretos de las grandes industrias multinacionales del agrobusiness, de los más concentrados medios de comunicación, etc.) no discutió principalmente las retenciones ni los cambios que pudiera votar el Congreso. Discutió la lógica social de las futuras rentas y, en esa vía, el poder político. Desde el principio, un conglomerado de corporaciones privadas con mezquinos intereses particulares se arrogó una estrategia de “doble poder”, actuando con la soberbia autoritaria de un “Estado dentro del Estado”: cortando rutas, requisando transportes, decidiendo quién comía y quién no en el país, creando desabastecimiento y contribuyendo a la inflación, poniendo en cuestión las instituciones mientras blandían cínicamente la “Constitución”, “escrachando”, “caceroleando” y agrediendo a todo aquel que osara discutirlos (incluyendo diputados y senadores legítimamente electos, nos gusten o no), fantaseando con la destitución del Gobierno, engañando a la población con mitos absurdos y anacrónicos como la oposición entre la Capital y el Interior, el falso “federalismo” (cuando las capitales de la renta especulativa de la soja y afines no están en Buenos Aires, Santa Fe o Entre Ríos, sino en las bolsas de Nueva York, Tokio, Londres o Hong Kong). Y, para colmo, apropiándose de paso de los símbolos de la “patria” y “ninguneando” con un lenguaje repugnantemente racista y clasista a los “negros”. Todo esto es absolutamente intolerable para cualquier sociedad que quiera conservar, ya no digamos su racionalidad democrática, sino su dignidad. Contra esto había que posicionarse sin equívocos.
2. Esto fue posible porque la derecha campestre “olió” que se precipitaba el gran debate nacional por la redistribución. Néstor había cumplido la etapa de acumulación, y mucha gente sintió que ahora correspondía la de “reparto”. No fue así. El gobierno K no tuvo siquiera un plan “nacionalburgués” alternativo al modelo de acumulación heredado de la catástrofe del 2001/2002. Eso, que hubiera sido perfectamente posible sin “sacar los pies del plato” (tenían el dinero, los votos y la legitimidad), le hizo perder base social de sustentación. La medida aislada de la 125 le dio a la derecha el pretexto perfecto para anticiparse a una posible demanda social más amplia, y pelear por que la lógica de la distribución de la renta se armara bajo su “agenda”. El Gobierno quedó desconcertado ante la desproporción de la reacción de aquellos que imaginaba, al menos en parte, como sus “socios”. El Gobierno –se piense lo que se piense de algunos tímidos ensayos de reforma en aspectos parciales– no tocó las estructuras profundas del poder económico (e incluso, en algunos casos, montó sobre ellas su proyecto de acumulación): ni la especulación financiera, ni el regresivo sistema impositivo, ni la desnacionalización energética y minera, ni las grandes multinacionales agroindustriales, ni los oligopolios de comercialización, ni las licencias leoninas de los medios de comunicación, ni por supuesto la nueva “patria sojera”. ¿Por qué, pues, le hicieron todo esto? Justamente, porque estas inconsistencias lo debilitaron. Y la derecha argentina no está acostumbrada a “negociar” con gobiernos débiles, sino a voltearlos o, al menos, volverlos irrelevantes. Súmense a esto las complicaciones de los recientes meses en la situación latinoamericana, y de América del Sur en particular –y muy en especial la feroz ofensiva secesionis-ta/oligárquica en la vecina Bolivia– y la mesa está servida.
3. Tiene que quedar perfectamente claro que la derecha “campestre” es, sea o no “nueva”, la base terrenal de la derecha. Ningún arbolito especulativo sobre los “pequeños y mediados productores”, el rol patético de la FAA (patético, pero perfectamente comprensible: son socios en el mismo negocio) y de ciertas izquierdas despistadas, de la pequeña burguesía urbana, o lo que fuere, puede tapar el bosque de cuál fue la verdadera orientación hegemónica del movimiento. Los ideólogos son los mismos que estuvieron detrás de todos los golpes de Estado, incluido, y sobre todo, el último, que provocó 30.000 desaparecidos. No había argumento, por más bizantino que fuera, que justificara a ninguna persona “de bien” estar de ese lado. Mucho menos cuando el objetivo último, como ya ha quedado perfectamente establecido, era la deslegitimación del Estado (con este o con cualquier otro gobierno) para intervenir en la economía y regular la distribución de la riqueza. No fue, por supuesto, un movimiento “contrarrevolucionario”, porque no había ninguna revolución en marcha. Pero es un movimiento profundamente reaccionario, una ofensiva de clase contra la mayoría de la sociedad, y en particular contra los sectores más desprotegidos y necesitados. Se trataba de arrancar de raíz todo potencial debate social sobre el “modelo” de país, que esta crisis podía muy bien haber desatado, y que es necesario y urgente que se desate.
4. Por lo tanto, era equivocado, a nuestro modesto juicio, decir que aquí se trataba de elegir entre “lo que hay” y “lo peor”. Era igualmente equivocado (no) elegir porque “ni los unos ni los otros, sino todo lo contrario”. Era irresponsable, en medio de una crisis que podía terminar –y terminó– muy mal, lavarse las manos. Posicionarse claramente contra la derecha campestre no era un acto en defensa del Gobierno: era un acto en defensa propia, y de la sociedad argentina. Y era una apuesta a que los sectores populares, en el curso de una práctica de democracia de masas activa, pusiera en debate público la cuestión radical del “modelo de país”, exigiéndole también al Gobierno una definición clara. Nada de esto se pudo hacer antes de que ganara la derecha, en primer lugar porque la autodebilitación del Gobierno (que estaba incapacitado para darse una política de ruptura seria con sus compromisos previos) le entregó a la derecha todas las armas de la movilización de masas, incluidos los medios; en segundo lugar, por la propia fragmentación del campo popular, que impidió la elaboración de una política de autonomía crítica que enfrentara, masivamente y en la calle, la agresión de la derecha, y al mismo tiempo le exigiera al Gobierno un cambio de rumbo. Es a estos factores, y no al voto de Cobos (un pobre oportunista que no tiene suficiente imaginación para “traicionar” a nadie), a los que hay que atribuir la “derrota”, que no es la del Gobierno tanto como la de una (por ahora perdida) oportunidad de poner en radical discusión un proyecto social de nación sobre la recuperación de sus bases materiales.
5. Sin duda, hay un antes y un después. Con el triunfo de la derecha campestre se han dado las condiciones para producir el sentido común de que “los que mandan” son las corporaciones privadas y no las autoridades políticas electas. Insistamos: eso no es un problema sólo para este gobierno, sino para toda la sociedad, se sienta o no representada por el Gobierno. Es un retroceso gigantesco, del cual se tardará mucho tiempo en recuperarse. El discurso neoliberal de la “patria” agroexportadora –con todas sus consecuencias económicas, políticas y sociales, y ahora encima con “base de masas”– volverá a reinar sin competencia seria sobre el fondo del terror que circula ahora en el “carril exclusivo” de la economía. Las palabras que creíamos haber recuperado –“política”, “redistribución”, “justicia social” y ni qué hablar de “lucha de clases”– volverán a intentar licuarse en la jerga aparentemente anodina de una “psicología” economicista que disfraza los intereses locales y globales del verdadero poder. Sin embargo, los cuatro meses en que volvieron a circular no pueden haber sido totalmente en vano, no pueden no haber dejado su sedimento. Habrá que recomenzar la “batalla cultural” (y la social, y la política) desde otro lugar. Abriendo el espacio de una terrenalidad nueva en el cuerpo de cada argentino.
Eduardo Grüner - León Rozitchner (Fuente: Página 12 – 20.07.2008)
de la pag. http://www.iade.org.a