Las mujeres han sido hechas para ser amadas, no para ser comprendidas.

Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.

Quino

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1 dic 2008

Concepción subdesarrollada

El tema de los despidos y el desempleo, inexistente hace sólo tres meses, parece haberse instalado en la agenda empresaria. Recientemente la consultora de empleo Cristina Mejías declaraba en un medio financiero: “Se viene un tsunami de despidos”. Más allá de cuán interesada pueda ser la declaración, es evidente que empieza a crearse un clima de naturalización del despido y la suspensión, como si fuera la única respuesta razonable frente a un escenario que, por otra parte, hoy es más hipotético que real. El problema para la sociedad es que es un tipo de reacción primitiva, mezcla de pánico irracional, especulación cortoplacista y seguidismo intelectual a los medios apocalípticos, que puede terminar creando un efecto contractivo real en la economía nacional.

En 1991, el presidente Bush (padre) viajó a Japón acompañado por una comitiva de grandes empresarios automotores norteamericanos, preocupados por la agresiva competencia de las firmas niponas. En un ágape, un empresario japonés señaló una diferencia entre las prácticas empresariales norteamericanas y japonesas: “Cuando una empresa suya anda mal, lo primero que ustedes hacen es despedir trabajadores; cuando una empresa nuestra anda mal, al primero que despedimos es al gerente”. Es toda una concepción de la organización empresaria, y de cómo deberían enfrentarse los problemas de competitividad: cambiando el enfoque conceptual y eventualmente a su portador.

¿Por qué lo primero y único que hay que hacer es despedir trabajadores? ¿Por qué la principal medida que se le reclama al Gobierno es devaluar la moneda? Quizá la respuesta se encuentre en un discurso de Anders Sundström, ex ministro de Industria de Suecia: “En el debate político, nosotros (los suecos) estamos enfrentados a dos opciones. La primera opción está basada en desenvolverse hacia una economía basada en bajos salarios y una moneda devaluada. Simplemente, el trabajo es abaratado. La otra implica basar la producción en trabajadores altamente capacitados, desarrollo continuo de nuevas tecnologías, renovación de productos y alto valor agregado. El trabajo puede entonces ser mejor pagado gracias al mayor valor agregado. Estas son las opciones, no hay un tercer camino”. Es pertinente preguntarse sobre por cuál sendero de los mencionados por el funcionario sueco avanza la industria argentina, dado que parece reaccionar frente a un escenario más complejo recurriendo al expediente más degradante de la vida social: el desempleo. ¿No hay ninguna otra idea? ¿Qué destino tuvieron las notables ganancias manufactureras del último quinquenio? ¿No hubo inversión, mejoramiento técnico, aumento de la competitividad? Si la respuesta es no, cabe llegar a la conclusión de que nunca habrá en la Argentina condiciones “propicias” para que los empresarios inviertan en serio. Si la respuesta es sí, entonces recurrir al despido revela una concepción subdesarrollada de las relaciones laborales y de la forma de lograr competitividad (muy lejana de las visiones de japoneses y suecos, por supuesto).

Si el modelo empresarial argentino –al menos en sus relaciones laborales– es el norteamericano, conviene recordar que el gigante automotor General Motors, empresa emblemática de la industria norteamericana, está reclamando dramáticamente 10 mil millones de dólares a su gobierno para llegar a fin de año. Esa misma empresa es una de las que acompañó a Bush a Japón hace 17 años para obtener prebendas, aprovechando la presión “política” de su gobierno sobre los japoneses.

Desde 2002, los industriales gozaron de amplísimos beneficios cambiarios, bajos costos salariales en dólares, tarifas energéticas y de combustibles subsidiadas, protecciones en el comercio administrado con Brasil, etcétera. Cuando despuntó un modesto proceso de recomposición del empleo y el salario, la reacción empresaria generalizada fue la remarcación masiva de precios, la inflación, con lo cual degradaron el basamento de su competitividad externa, el tipo de cambio. A pesar de todos los beneficios recibidos en estos años, la representación empresaria industrial, la UIA, no se sintió motivada a defender el modelo en el que florecían sus representados, ni frente al embate de los propietarios rurales, ni frente al descontento de los financistas por el negocio perdido de las jubilaciones. Pareciera que la solidaridad antiestatal, de cuño neoliberal, es más importante para ciertos industriales que la defensa de su actividad específica. La falta de ideas, el conservadurismo y la ausencia de compromiso con el desarrollo económico y social volvieron a manifestarse ante la sombra de la crisis global. En 1986, el entonces presidente Alfonsín, consciente de que los recursos fiscales que antes impulsaban el desarrollo estaban ahora dedicados a pagar la deuda externa, acuñó la expresión “privatización del crecimiento” para graficar el traspaso simbólico del liderazgo económico hacia el sector privado; 22 años después, el liderazgo para el desarrollo, dadas las ideas y los comportamientos prevalecientes en el sector empresario privado, parece continuar vacante.

Por Ricardo Aronskind
Economista Universidad Nacional General Sarmiento.
Pag/12-01/12/08

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